A modo de introducción:
Puede
que el número 54 tenga alguna connotación especial, puede que probablemente no
la tenga y todo sea fruto de la casualidad. Lo cierto es que la muerte se ha
llevado a dos compañeros y amigos muy queridos por mí. Y también, hace pocos
días, la parca arrebató al marido de una gran compañera y amiga. Todos ellos
nos han dejado a la edad de 54 años. Es curioso pero es así y se me ha pasado
por la cabeza si ese número, en relación con la muerte, tenga algún significado
oculto, aunque pronto he desechado esa idea y pienso que todo es fruto de la
casualidad.
Sea
como fuere, se me ha ocurrido, a modo de homenaje, dedicarles lo que leeréis a
continuación. Se trata de lo que sentiría alguien cuando muere a esa temprana
edad, por supuesto siempre bajo mi punto de vista. Está basado en lo que
escribí con la triste ocasión de la muerte de mi compañera y amiga Pilar,
fallecida en 2018 cuando contaba, ¿cómo no?, 54 años. Es por eso que la
narración está hecha desde la
perspectiva de una mujer, aunque perfectamente extrapolable a cualquier
persona sea hombre o mujer. Me basé para escribir aquello en un viejo poema que
escribí tras el fallecimiento de mi suegro allá por 2003.
En fin, aquí tenéis lo que en su día dediqué a mi
compañera Pilar con algunas modificaciones. En esta ocasión lo he titulado «Morir a los 54»:
A la
memoria de mi compañera y amiga Pilar Suárez,
de mi
amigo y compañero Antonio Tejero y del marido
de mi
querida compañera y amiga Antonia Collado.
Se apagan las risas de
los niños, y el canto de los pájaros. El sol de la primavera ya no calienta. El
silencio, poco a poco.
Quisiera gritar y no
puedo. ¿Qué me pasa? Me siento extraña… y sola, terriblemente sola.
Siento como si no
hubiera lluvia, como si no hubiera viento, como si no hubiera sol, ni árboles,
ni montañas… Como si no hubiera nada, como si nada existiera.
¿Dónde están mis hijos?
¿Y mi marido? ¿Por qué lloran? ¿Por qué lloran todos?
Poco a poco el silencio.
¡Y esta terrible
soledad! ¡Y el frío, siento mucho frío! Y todo es oscuridad, una oscuridad
terrible y arrebatadora. Empiezo a sentir miedo. Y es que… ¿por qué no puedo
moverme?
Me gustaría saber qué
está pasando, ¿por qué siento este vacío?
Yo quiero ver a mis
hijos, a mi marido, a mi familia, a mis compañeros y compañeras... Pero no
puedo, todo es oscuridad.
¡Tengo tantas preguntas!
¡Necesito tantas respuestas!
Silencio, todo es
silencio…
No, ahora no, de repente
empiezo a comprender. Ahora vienen las repuestas. Como una luz vienen a mí, a
mi ser… ¡A mi alma!
¡Mi vida se ha acabado!
¡Dios mío!
¡Si solo tengo 54 años y
aún tantas cosas por hacer!
Yo no quería morir tan
bruscamente, no, no quería…, no tan pronto.
No…, por mis hijos. No…,
por mi marido.
He luchado por la vida
con todas mis fuerzas pero no he podido vencer…
¡A la muerte!
¡Dios mío!, ¡Dios mío!
Sin embargo… Ahora ya no
hay dolor y sí mucha paz.
Paz, tranquilidad,
sosiego… por todas partes.
Sorprendentemente me
siento bien, incluso no estoy triste. ¿Debería estarlo?
Sé que algún día los
veré de nuevo, no sé por qué lo sé, pero lo sé. Por eso no estoy triste.
Y todo el amor que me
llevo… de mis hijos, de mi marido, de mi familia, de mis compañeras y
compañeros... me reconforta.
Quisiera gritarles que
no tengan pesar por mí. Lo hago, lo estoy haciendo pero…
No me oyen.
¡Lástima!
Decirles que los echaré
de menos, pero que nos volveremos a ver... algún día.
Mientras,
todo se diluye y se desvanece; solo queda el silencio… el silencio… solo el
silencio… ¡y la esperanza!